"Democracia significa simplemente golpear al pueblo por el pueblo y para el pueblo". (Oscar Wilde)
Si los comicios del Estado de México han sido un ensayo general para las elecciones federales del 2012, podemos pensar que la votación federal dentro de un año será también decepcionante.
La idea de que con reglas más restrictivas podríamos construir un sistema electoral más equitativo y con mayor credibilidad ha caído por tierra. La compra de votos va en aumento. Las ventajas de los partidos en el poder son cada vez mayores. Todos los procesos terminan en los tribunales. Los institutos electorales, tanto el IFE como los estatales, están convertidos en simples instrumentos de censura. Quizá lo peor es que las reglas están llevando al país de regreso a un sistema de partido único.
Los partidos de izquierda, conscien- tes de la derrota que aparentemente se aproximaba en el Estado de México (escribo este artículo antes de que haya resultados), cuestionaron de antemano la legitimidad de la elección. Luis Walton, de Convergencia, tildó el proceso de "cochinero" el 28 de junio. Manuel Camacho, dirigente de Diálogo para la Reconstrucción de México, afirmó: "Estamos ante una elección inequitativa, estamos ante una elección de aparato gubernamental. No vamos a aceptar que se viole impunemente la ley porque no vamos a aceptar las elecciones de Estado en 2012. Vamos por el freno de las prácticas autoritarias".
El problema es que ésta ha sido la actitud habitual de la izquierda en los últimos años. Todos los procesos electorales son ilegítimos e inequitativos, con excepción de los del Distrito Federal, donde la izquierda gana con impecable limpieza. El PRI ha recuperado terreno de forma constante. Quizá sea inevitable. Las reglas están hechas para favorecer a este partido que sigue teniendo la mayor estructura corporativista en el país pese a haber estado fuera de Los Pinos por 11 años.
Las restricciones a la publicidad de aspirantes y candidatos, o incluso de aquellos que simplemente quieren defender una idea política, hacen cada vez más difícil que un candidato exitoso pueda surgir sin el apoyo de una estructura política que extienda sus tentáculos por todo el país. Un candidato como Vicente Fox, que salió de la nada a fuerza de personalidad y publicidad, se ha vuelto imposible con las nuevas reglas. El PAN, un partido de estructuras débiles, que generaba el apoyo de sus electores potenciales a través de la publicidad, firmó su propia sentencia con las reformas del 2007. Al parecer no se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
Los políticos están cada vez más alejados de los ciudadanos. Mientras gastan miles de millones de pesos del erario en campañas sin ningún impacto en la población, decenas de miles de personas pierden su patrimonio en las inundaciones del oriente del Valle de México. Los partidos políticos tienen hoy más dinero que nunca. Si antes empleaban sus recursos para comprar tiempos de radio y televisión, hoy los emplean directamente para adquirir votos (aclaro interés: yo colaboro en emisoras de radio y televisión). El dinero público ha convertido a los partidos en un negocio rentable que se pasa de padres a hijos. El gobierno de Coahuila pasa de un hermano a otro.
Algo hemos hecho mal. De 1977 a 1996 tuvimos seis reformas electorales que gradualmente hicieron más competitivas las elecciones: legalizaron los partidos prohibidos en 1977, quitaron al Presidente el control del Congreso en 1997, permitieron el primer triunfo de un candidato de oposición en una elección presidencial en el 2000 y produjeron la elección más competida de la historia en 2006. Hoy vamos de regreso al carro completo. Qué decepción.
Si los comicios del Estado de México han sido un ensayo general para las elecciones federales del 2012, podemos pensar que la votación federal dentro de un año será también decepcionante.
La idea de que con reglas más restrictivas podríamos construir un sistema electoral más equitativo y con mayor credibilidad ha caído por tierra. La compra de votos va en aumento. Las ventajas de los partidos en el poder son cada vez mayores. Todos los procesos terminan en los tribunales. Los institutos electorales, tanto el IFE como los estatales, están convertidos en simples instrumentos de censura. Quizá lo peor es que las reglas están llevando al país de regreso a un sistema de partido único.
Los partidos de izquierda, conscien- tes de la derrota que aparentemente se aproximaba en el Estado de México (escribo este artículo antes de que haya resultados), cuestionaron de antemano la legitimidad de la elección. Luis Walton, de Convergencia, tildó el proceso de "cochinero" el 28 de junio. Manuel Camacho, dirigente de Diálogo para la Reconstrucción de México, afirmó: "Estamos ante una elección inequitativa, estamos ante una elección de aparato gubernamental. No vamos a aceptar que se viole impunemente la ley porque no vamos a aceptar las elecciones de Estado en 2012. Vamos por el freno de las prácticas autoritarias".
El problema es que ésta ha sido la actitud habitual de la izquierda en los últimos años. Todos los procesos electorales son ilegítimos e inequitativos, con excepción de los del Distrito Federal, donde la izquierda gana con impecable limpieza. El PRI ha recuperado terreno de forma constante. Quizá sea inevitable. Las reglas están hechas para favorecer a este partido que sigue teniendo la mayor estructura corporativista en el país pese a haber estado fuera de Los Pinos por 11 años.
Las restricciones a la publicidad de aspirantes y candidatos, o incluso de aquellos que simplemente quieren defender una idea política, hacen cada vez más difícil que un candidato exitoso pueda surgir sin el apoyo de una estructura política que extienda sus tentáculos por todo el país. Un candidato como Vicente Fox, que salió de la nada a fuerza de personalidad y publicidad, se ha vuelto imposible con las nuevas reglas. El PAN, un partido de estructuras débiles, que generaba el apoyo de sus electores potenciales a través de la publicidad, firmó su propia sentencia con las reformas del 2007. Al parecer no se dio cuenta de lo que estaba haciendo.
Los políticos están cada vez más alejados de los ciudadanos. Mientras gastan miles de millones de pesos del erario en campañas sin ningún impacto en la población, decenas de miles de personas pierden su patrimonio en las inundaciones del oriente del Valle de México. Los partidos políticos tienen hoy más dinero que nunca. Si antes empleaban sus recursos para comprar tiempos de radio y televisión, hoy los emplean directamente para adquirir votos (aclaro interés: yo colaboro en emisoras de radio y televisión). El dinero público ha convertido a los partidos en un negocio rentable que se pasa de padres a hijos. El gobierno de Coahuila pasa de un hermano a otro.
Algo hemos hecho mal. De 1977 a 1996 tuvimos seis reformas electorales que gradualmente hicieron más competitivas las elecciones: legalizaron los partidos prohibidos en 1977, quitaron al Presidente el control del Congreso en 1997, permitieron el primer triunfo de un candidato de oposición en una elección presidencial en el 2000 y produjeron la elección más competida de la historia en 2006. Hoy vamos de regreso al carro completo. Qué decepción.
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