Tengo la manía de confesar a los taxistas antes de que ellos empiecen conmigo.
En el primer Nissan Tsuru vacío que pasó por delante, decir “al Zócalo” es como enseñar el pasaporte a un agente aduanal que te mira por el retrovisor como si fueras el negro de Banyoles. El acento es una fuente inagotable de conversaciones. Con el acento se sabe de dónde vienes, que piensas, cuanto ganas, que barrio prefieres o si te gusta el fútbol. Y si no lo sabes lo imaginas. Nunca algo tan etéreo dio paso a tanta elucubración. Bueno, sí.
Así que sentado en la parte trasera de un horno de cuatro puertas, atascado en el epicentro del humo y del asfalto y con Jenni Rivera sonando en La Buena Onda, se agradece que las preguntas se vuelvan menos terrenales que las del aeropuerto: “¿Cuánto tiempo va a quedarse?, ¿en qué hotel se hospedará?, ¿cuánto dinero trae encima?. Abra la maleta”. Y se centren en lo importante; ¿anda de paseo? ¿le gusta el país? ¿qué platillo prefiere? ¿ha visitado Querétaro?, ¿qué piensa de las viejas?.
El Distrito Federal es de los pocos lugares donde la pregunta ¿por dónde le llevo? nunca encierra trampa. Humildad para una ciudad con hormonas de país, que tiene 9 millones de habitantes, 30 especies distintas de árboles, 1’6 ratas por habitante, más de diez lenguas indígenas y 1.215 calles con el nombre de Morelos, 1.318 de Juárez y 207 llamadas Revolución, diría Villoro.
Los periodistas desprecian a los colegas que escriben su primera crónica en suelo ajeno reproduciendo la conversación con el taxista que lo lleva al hotel. Pero lo cierto es que a ningún médico se le ocurriría empezar a operar sin hacer antes un análisis de sangre. Y ellos son los glóbulos rojos que transitan por la venas de una ciudad que se colapsaría sin sus vasos comunicantes. Capaz de llegar a la región más remota del cuerpo, donde ni metro ni combis alcanzarían jamás.
Así que ¿quién puede hablar con la misma soltura sobre la delincuencia o los hoteles para coger por horas ?. Sobre el metrobús, la corrupción, el pinche gobierno o los moteles que incluyen jacuzzi y toallas con forma de patos besándose sobre la colcha por 350 pesos (20€). hace usted aquí?. ¿Regusto aristotélico o curiosidad por los motivos que te llevan a amar a tu verdugo, con semejante acento. Contraataco: ¿cuál es el robo más raro que ha sufrido?. Y como Rafael Montes es de Neza y no de Cuntis (provincia de Pontevedra) entra al trapo y sin rodeos.
Habla de dos robos a punta de pistola, de otro en el que el ladrón tiró las llaves a un lote baldío y se pasó toda la noche hurgando entre la arena, o de día que él le hizo frente con un destornillador. Pero sobretodos ellos destaca uno; el día que le atracó un enano.
Era Navidad cuando una señora levantó la mano y le marcó el alto en la colonia Buenos Aires. La señora que paró su taxi tenía unos 40 años y cargaba en los brazos un bebe que llevaba protegido del frío con una manta. “A Camarones, por favor”. Apenas Iban 15 pesos de carrera cuando Rafaél miró por última vez el retrovisor y vio a la madre cubriendo el rostro del niño para que no le enfriara el aire de la ventanilla. El Tsuru avanzó por Felipe Ángeles y esquivó un camión en doble fila cuando de repente, el bebe dejó de ser un tierno lactante, pegó un saltó y en un abrir y cerrar de ojos se colocó de pie en el asiento del copiloto. En un nanosegundo, el dulce niño se había convertido en un señor arrugado de menos de medio de altura, que le posaba un cuchillo de dos palmos sobre el costado, mientras le vaciaban los bolsillos por detrás. Aquel muñegote con cuerpo de bebe y voz de legionario se llevó toda la recaudación, en el tiempo que tarda un semáforo en cambiar de color.
En el primer Nissan Tsuru vacío que pasó por delante, decir “al Zócalo” es como enseñar el pasaporte a un agente aduanal que te mira por el retrovisor como si fueras el negro de Banyoles. El acento es una fuente inagotable de conversaciones. Con el acento se sabe de dónde vienes, que piensas, cuanto ganas, que barrio prefieres o si te gusta el fútbol. Y si no lo sabes lo imaginas. Nunca algo tan etéreo dio paso a tanta elucubración. Bueno, sí.
Así que sentado en la parte trasera de un horno de cuatro puertas, atascado en el epicentro del humo y del asfalto y con Jenni Rivera sonando en La Buena Onda, se agradece que las preguntas se vuelvan menos terrenales que las del aeropuerto: “¿Cuánto tiempo va a quedarse?, ¿en qué hotel se hospedará?, ¿cuánto dinero trae encima?. Abra la maleta”. Y se centren en lo importante; ¿anda de paseo? ¿le gusta el país? ¿qué platillo prefiere? ¿ha visitado Querétaro?, ¿qué piensa de las viejas?.
El Distrito Federal es de los pocos lugares donde la pregunta ¿por dónde le llevo? nunca encierra trampa. Humildad para una ciudad con hormonas de país, que tiene 9 millones de habitantes, 30 especies distintas de árboles, 1’6 ratas por habitante, más de diez lenguas indígenas y 1.215 calles con el nombre de Morelos, 1.318 de Juárez y 207 llamadas Revolución, diría Villoro.
Los periodistas desprecian a los colegas que escriben su primera crónica en suelo ajeno reproduciendo la conversación con el taxista que lo lleva al hotel. Pero lo cierto es que a ningún médico se le ocurriría empezar a operar sin hacer antes un análisis de sangre. Y ellos son los glóbulos rojos que transitan por la venas de una ciudad que se colapsaría sin sus vasos comunicantes. Capaz de llegar a la región más remota del cuerpo, donde ni metro ni combis alcanzarían jamás.
Así que ¿quién puede hablar con la misma soltura sobre la delincuencia o los hoteles para coger por horas ?. Sobre el metrobús, la corrupción, el pinche gobierno o los moteles que incluyen jacuzzi y toallas con forma de patos besándose sobre la colcha por 350 pesos (20€). hace usted aquí?. ¿Regusto aristotélico o curiosidad por los motivos que te llevan a amar a tu verdugo, con semejante acento. Contraataco: ¿cuál es el robo más raro que ha sufrido?. Y como Rafael Montes es de Neza y no de Cuntis (provincia de Pontevedra) entra al trapo y sin rodeos.
Habla de dos robos a punta de pistola, de otro en el que el ladrón tiró las llaves a un lote baldío y se pasó toda la noche hurgando entre la arena, o de día que él le hizo frente con un destornillador. Pero sobretodos ellos destaca uno; el día que le atracó un enano.
Era Navidad cuando una señora levantó la mano y le marcó el alto en la colonia Buenos Aires. La señora que paró su taxi tenía unos 40 años y cargaba en los brazos un bebe que llevaba protegido del frío con una manta. “A Camarones, por favor”. Apenas Iban 15 pesos de carrera cuando Rafaél miró por última vez el retrovisor y vio a la madre cubriendo el rostro del niño para que no le enfriara el aire de la ventanilla. El Tsuru avanzó por Felipe Ángeles y esquivó un camión en doble fila cuando de repente, el bebe dejó de ser un tierno lactante, pegó un saltó y en un abrir y cerrar de ojos se colocó de pie en el asiento del copiloto. En un nanosegundo, el dulce niño se había convertido en un señor arrugado de menos de medio de altura, que le posaba un cuchillo de dos palmos sobre el costado, mientras le vaciaban los bolsillos por detrás. Aquel muñegote con cuerpo de bebe y voz de legionario se llevó toda la recaudación, en el tiempo que tarda un semáforo en cambiar de color.
Hoy el robo es legal y cuesta 300 pesos. Es el precio que hay que pagar al ayuntamiento por renovar por enésima vez el permiso de circulación (tarjetón). Pero esa otra historia. La que Historia, que se escribe con mayúsculas sale por la radio y dice que volcán Popocateptl expulsó fumarolas, que el huracán Adrián tocó tierra y que diariamente hay 5 pequeños terremotos en México. Así que, sobre la placa tectónica más activa, vayamos a lo importante: ¿Cuál es su platillo favorito?, ¿ha visitado Querétaro?, ¿qué le parecen las viejas?.
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