Hoy en día, el concepto de obediencia infantil genera polémica, pues si bien queremos que nuestros hijos sepan respetar las reglas y los límites en cualquier ámbito de su vida, en realidad no deseamos formar personas sumisas que “acaten” cualquier “mandato” sin examinar los motivos.
El término obediencia implica seguir la voluntad de un superior. Más allá de la connotación rígida y hasta militar de la palabra, la obediencia forma parte de nuestro lenguaje popular sobre la educación de nuestros hijos: “mi hijo no me obedece cuando le pido que apague la televisión”, “el niño no obedece a la maestra porque se la pasa platicando en clase”, “eres muy desobediente con tu papá”. Así que manejaremos el término obediencia pero en un sentido que considere y valore la voluntad del niño para respetar los límites y las figuras de autoridad, necesarios para su sano desarrollo y su adecuada adaptación al entorno.
En este aspecto, es importante que no perdamos de vista que “en el pedir, está el dar”. Muchas veces los padres quieren un modelo de obediencia ciega e instantánea por parte de los hijos, sin tomar en cuenta que se transgreden sus derechos o que se les exigen cosas absurdas o irracionales, como por ejemplo insistir en que coman con frecuencia algo que verdaderamente no soportan, sin respetar su individualidad o sin considerar que existen alimentos sustitutos que resolverían el problema.
Las razones por las que un hijo desobedece pueden ser muy variadas. Sin embargo, la mayoría de las veces se debe a dos motivos principales:
Por parte de los padres: inadecuado manejo de límites y autoridad
Por parte de los hijos: necesidad de llamar la atención y baja tolerancia a la frustración.
La representación de la figura de autoridad dentro de la familia juega un papel primordial en esta dinámica. La figura de autoridad consta de tres pasos necesarios para que pueda darse de manera adecuada:
Asumir la autoridad como padres: no podemos transmitirla si no la asumimos por decisión y convicción. Para ser autoridad, hay que saberse y creerse autoridad.
Transmitir la autoridad: se relaciona con ganarnos el respeto de nuestros hijos, a través del cual se forma la figura de autoridad. De hecho existen varios tipos de autoridad: la rígida, la conciliadora, la negociadora, la que explica, la autoritaria y la “manga ancha”.
Ejercer la autoridad: una vez que te asumes como autoridad, que la transmites y te la ganas, entonces podrás ejercerla.
Es bien sabido que los niños hacen y harán todo por captar atención. El problema es que un niño no sabe distinguir entre atención positiva y atención negativa. Para un niño atención es atención, no importando el precio que tengan que pagar por obtenerla. Así, lo más frecuente es que un niño que se porta mal y “desobedece”, capte más atención que un niño que respeta las indicaciones de sus padres.
Por otro lado, una de las consignas más claras en un niño es tratar de salirse con la suya a como dé lugar, recurriendo a cualquier tipo de comportamiento para lograrlo. La “desobediencia” es una estrategia inteligente para conseguirlo. Normalmente un niño utilizará todos los mecanismos evasivos que estén a su alcance para evitar hacer algo que no desea. No hacernos caso, evitarnos, ignorarnos, retarnos o confrontarnos, son algunas de las actitudes que utilizan para tal efecto.
En este sentido, la tolerancia a la frustración del niño juega también un papel importante. Debe ser entendida como la capacidad para soportar o para tolerar que las cosas no siempre sean como uno quiere. Con esta tolerancia a la frustración los niños no nacen, por lo que será necesario estimularla. A los niños no les gusta que las cosas no sean como quieren, por lo que, cuando el adulto pasa la mayor parte del tiempo “confrontando” sus deseos y necesidades con lo que en realidad está permitido, los niños suelen responder con rebeldía, oposición y desobediencia.
Debes estar consciente de estas situaciones, con el fin de darle un manejo adecuado a la desobediencia de tu hijo. Recuerda que todo problema puede tener una solución, siempre y cuando se generen las condiciones necesarias para lograrlo.
Las vías que forman el respeto a los límites y las figuras de autoridad son:
Establecimiento definido y claro de los límites en la familia, como horarios de comida, horarios de televisión, normas de convivencia, reglas de cortesía, entre otros.
Comunicación de los límites: aquí es muy importante el diálogo que propicie la introyección de los límites a través del propio convencimiento. Por supuesto, este punto es más difícil con los niños muy pequeños, pero a medida que crecen, tomarán conciencia de lo conveniente de las reglas y sus razones.
Congruencia y persistencia: evitar las contradicciones y los privilegios de ciertos miembros de la familia para “saltarse” los límites. Si algo no se puede hacer, definitivamente no hay excepciones, a menos que se hayan establecido y comunicado previamente.
Si la situación que vives con tu hijo te rebasa, muy probablemente será necesario que consultes a un especialista que te oriente de manera más específica, conociendo a fondo tu situación y dándote las herramientas necesarias para abordarlo.
El término obediencia implica seguir la voluntad de un superior. Más allá de la connotación rígida y hasta militar de la palabra, la obediencia forma parte de nuestro lenguaje popular sobre la educación de nuestros hijos: “mi hijo no me obedece cuando le pido que apague la televisión”, “el niño no obedece a la maestra porque se la pasa platicando en clase”, “eres muy desobediente con tu papá”. Así que manejaremos el término obediencia pero en un sentido que considere y valore la voluntad del niño para respetar los límites y las figuras de autoridad, necesarios para su sano desarrollo y su adecuada adaptación al entorno.
En este aspecto, es importante que no perdamos de vista que “en el pedir, está el dar”. Muchas veces los padres quieren un modelo de obediencia ciega e instantánea por parte de los hijos, sin tomar en cuenta que se transgreden sus derechos o que se les exigen cosas absurdas o irracionales, como por ejemplo insistir en que coman con frecuencia algo que verdaderamente no soportan, sin respetar su individualidad o sin considerar que existen alimentos sustitutos que resolverían el problema.
Las razones por las que un hijo desobedece pueden ser muy variadas. Sin embargo, la mayoría de las veces se debe a dos motivos principales:
Por parte de los padres: inadecuado manejo de límites y autoridad
Por parte de los hijos: necesidad de llamar la atención y baja tolerancia a la frustración.
La representación de la figura de autoridad dentro de la familia juega un papel primordial en esta dinámica. La figura de autoridad consta de tres pasos necesarios para que pueda darse de manera adecuada:
Asumir la autoridad como padres: no podemos transmitirla si no la asumimos por decisión y convicción. Para ser autoridad, hay que saberse y creerse autoridad.
Transmitir la autoridad: se relaciona con ganarnos el respeto de nuestros hijos, a través del cual se forma la figura de autoridad. De hecho existen varios tipos de autoridad: la rígida, la conciliadora, la negociadora, la que explica, la autoritaria y la “manga ancha”.
Ejercer la autoridad: una vez que te asumes como autoridad, que la transmites y te la ganas, entonces podrás ejercerla.
Es bien sabido que los niños hacen y harán todo por captar atención. El problema es que un niño no sabe distinguir entre atención positiva y atención negativa. Para un niño atención es atención, no importando el precio que tengan que pagar por obtenerla. Así, lo más frecuente es que un niño que se porta mal y “desobedece”, capte más atención que un niño que respeta las indicaciones de sus padres.
Por otro lado, una de las consignas más claras en un niño es tratar de salirse con la suya a como dé lugar, recurriendo a cualquier tipo de comportamiento para lograrlo. La “desobediencia” es una estrategia inteligente para conseguirlo. Normalmente un niño utilizará todos los mecanismos evasivos que estén a su alcance para evitar hacer algo que no desea. No hacernos caso, evitarnos, ignorarnos, retarnos o confrontarnos, son algunas de las actitudes que utilizan para tal efecto.
En este sentido, la tolerancia a la frustración del niño juega también un papel importante. Debe ser entendida como la capacidad para soportar o para tolerar que las cosas no siempre sean como uno quiere. Con esta tolerancia a la frustración los niños no nacen, por lo que será necesario estimularla. A los niños no les gusta que las cosas no sean como quieren, por lo que, cuando el adulto pasa la mayor parte del tiempo “confrontando” sus deseos y necesidades con lo que en realidad está permitido, los niños suelen responder con rebeldía, oposición y desobediencia.
Debes estar consciente de estas situaciones, con el fin de darle un manejo adecuado a la desobediencia de tu hijo. Recuerda que todo problema puede tener una solución, siempre y cuando se generen las condiciones necesarias para lograrlo.
Las vías que forman el respeto a los límites y las figuras de autoridad son:
Establecimiento definido y claro de los límites en la familia, como horarios de comida, horarios de televisión, normas de convivencia, reglas de cortesía, entre otros.
Comunicación de los límites: aquí es muy importante el diálogo que propicie la introyección de los límites a través del propio convencimiento. Por supuesto, este punto es más difícil con los niños muy pequeños, pero a medida que crecen, tomarán conciencia de lo conveniente de las reglas y sus razones.
Congruencia y persistencia: evitar las contradicciones y los privilegios de ciertos miembros de la familia para “saltarse” los límites. Si algo no se puede hacer, definitivamente no hay excepciones, a menos que se hayan establecido y comunicado previamente.
Si la situación que vives con tu hijo te rebasa, muy probablemente será necesario que consultes a un especialista que te oriente de manera más específica, conociendo a fondo tu situación y dándote las herramientas necesarias para abordarlo.
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