En Tamaulipas, cuando se habla del narcotráfico se baja la voz: no se dice “narcos” o cualquier sinónimo, sólo se hace una referencia indirecta, alejada, pero en privado, nunca en público. Eso mismo pasa en Chihuahua, Baja California, Michoacán, Guerrero, Nuevo León, Sinaloa, Veracruz, Durango, Coahuila y muchos otros estados del país donde el miedo se ha apoderado de nuestros espacios públicos, avanzando a los íntimos y familiares, creando una cárcel invisible que nos aprisiona a todos en el rincón más escondido de nosotros mismos.
Parafraseando el periodista colombiano Plinio Apuleyo Mendoza, bien podríamos preguntarnos ¿en qué momento se jodió México? ¿Cuándo perdimos el rumbo que nos ha llevado a esta espiral de violencia y al miedo que se ha apoderado de una gran parte del país?
El pasado sábado 21 de agosto ocurrió algo muy grave que nada tiene que ver con el futbol, aunque ocurrió en el estadio del club Santos Laguna en Torreón. Casi a la mitad del juego una balacera arrinconó a los miles de asistentes en ese rincón donde cada quien busca protección, el cuerpo de uno mismo, los brazos que cubrían la cabeza mientras pasaban los minutos de la balacera.
El miedo, ese mecanismo de protección natural, se convirtió entre los asistentes al estadio –familias enteras, amigos, niños, mujeres y jóvenes–, en una inmovilización social propia de cuando el terror se apodera de una comunidad.
Los jugadores de los Monarcas Morelia y del Santos de Torreón corrieron despavoridos hacia los vestidores en busca de refugio. Mientras que el público se tiró al piso y se quedó ahí hasta que después de varios minutos ya no se escuchó el tableteo de las armas afuera del estadio.
De inmediato la gente saltó a la cancha y corrió hacia las puertas de salida. Pero no había salida en ese momento, pues la violencia estaba afuera. La escena bien podría representar al país, a la sociedad mexicana que, o trata de huir de la violencia buscando una salida que por el momento no existe o está paralizada por el miedo que ha producido el poder del crimen organizado.
Cualquiera de las dos circunstancias, ambas, describen la situación en la que se encuentra el país frente al imparable poder del crimen organizado que ha usado el terror y la violencia como instrumento de dominio y de control.
Aunque no hubo consecuencias, las imágenes que vimos en televisión de la gente buscando infructuosamente un refugio mientras se escuchaban los disparos de armas de alto poder son emblemáticas y, seguramente, ya se quedaron en la cabeza de muchas personas.
El futbol es para muchos uno de los pocos refugios de diversión o de evasión frente a la crisis de violencia que sufrimos en todo el país, pero sobre todo en entidades como Michoacán y Coahuila de donde son los dos equipos que suspendieron el partido.
Asistir al estadio a ver el partido es para muchos mexicanos una de las pocas posibilidades de salir de sus casas, asistir a un evento público, abierto, y tener contacto con otros. Pero después de lo ocurrido en Torreón, muchos pensarán dos veces ir a un partido o asistir a un concierto o simplemente salir a un acto masivo. Algo similar ocurrió en Morelia hace un par de años, cuando en pleno festejo del Grito de Independencia, lanzaron unas granadas contra la muchedumbre que, además de los ocho muertos y decenas de heridos que provocaron, sembraron el terror entre los michoacanos para asistir a actos públicos.
Para una sociedad, caer en el miedo es caer en la inmovilidad y eso es lo que más les conviene a las bandas de criminales o a los grupos de poder con pretensiones autoritarias, pues es mejor tener una sociedad paralizada, presa del terror, a una que salga a las calles a exigir un cambio.
Pero ¿en qué momento se jodió México?, vuelve la pregunta. Me parece que no hay un momento de quiebre, sino muchos momentos que se han ido sumando desde hace tiempo: cuando desde el poder se permitió que la impunidad fuera un privilegio, cuando desde la sociedad se hizo de la corrupción una costumbre, cuando desde la Iglesia se llamo a la inmovilidad y la impudicia , cuando en las escuelas se perdieron los valores de comunidad, cuando los partidos se alejaron de la gente, cuando en la Suprema Corte de Justicia se permitió la inmunidad de los banqueros, cuando en los medios de comunicación se propaló la violencia sin dar explicación, cuando a los niños se le enseñó a jugar con el terror, cuando se abrieron las puertas de los hogares a la pasividad y la indolencia.
Frente a este panorama parece que no hay salida. Pero la esperanza del cambio siempre existe, sólo que ésta no vendrá a nosotros sola, sino que hay que construirla desde abajo, no desde las cúpulas del poder ni de los políticos. En Colombia tardaron muchos años y hubo miles de muertos para que reaccionaran. En México ya es tiempo de salir del marasmo y de la individualidad para recuperar nuestros espacios públicos. Ya son suficientes más de 50 mil muertos, miles de desaparecidos y de desplazados por el terror de la guerra contra el narcotráfico.
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